Capítulo 32: La conversación



Raúl y Sergio me acompañan a casa. Me apetecía volver sola para despejarme un poco o llorar a moco tendido, pero ellos han insistido. Caminan un par de pasos por detrás de mí, como si fueran mis guardaespaldas. Poco antes de llegar a mi casa, Raúl se pone a mi altura.
-Quizá esta pregunta te parece un poco rara pero como soy tu amigo y te quiero te la voy a hacer.
Raúl me pide permiso para lanzarla.
-Adelante -le concedo con preocupación.
-Nico, ¿estás segura de que la chica del metro existe?
Me quedo mirando a mi amigo atónita ante la pregunta.
-¿Perdona?
-Ya sé que suena raro, pero, en fin, yo no la he visto. Nadie la ha visto salvo tú. Y además no paras de darle vueltas y te lleva un poco de cabeza. Sólo me preocupa que no estés persiguiendo un fantasma o una quimera o que tengas algún complejo psicológico de algo…
Sergio mantiene la distancia de manera disimulada porque ve que me estoy poniendo roja y teme que le salpique la sangre cuando explote.
-¿Crees que me la he inventado? ¿Piensas que estoy pirada?
Noto que el primer impulso de Raúl es decirme que no, desdecirse de sus palabras y seguir el paseo de vuelta a casa como si nada, pero aguanta mi mirada con serenidad e insiste.
-Piénsalo fríamente -me pide. -En el mejor de los casos, existe, pero no es lesbiana porque no la hemos visto por el ambiente. Y no será porque no hayamos salido.
-La acabo de ver.
-No, has visto a una chica de espaldas que podría ser ella o cualquier otra persona.
-Raúl, no me jodas -me impaciento.
Llegamos a mi portal donde mi amigo, por fin, se disculpa.
-Perdona, Nico. No quiero que sufras, no quiero que pospongas tu vida hasta que encuentres a esa chica y que al final sea demasiado tarde para ti. Eso es todo.
Cedo unos milímetros mi cabreo para dejar espacio a un poco de confianza en mi mejor amigo.
-No eres la primera persona que me lo dice- confieso.
-Descansa, Nico. Desconecta este verano. Disfruta. Probablemente sea nuestro último verano sin preocupaciones.
No puedo ocultar mi gesto de fastidio porque él tiene el verano montado entre vacaciones y prácticas y el mío va a ser una mierda.
Raúl me abraza y me da un beso en la coronilla.
-Te quiero, pequeña.
-Yo te odio.
-Mentira.
Les veo marcharse caminando el uno junto al otro pero sin darse la mano.

Es cierto, no le odio, pero odio que me haya planteado su duda. ¿Podría ser posible que la chica del metro no exista más allá de mi imaginación? Pero me rozó con su dedo, ¿eso también me lo inventé? Imposible. No tengo tanta imaginación. ¿Por qué habría de inventármela?
Entro en casa y me meto hasta la cocina sumida en mis pensamientos. Enciendo la luz y me asusto al ver a mi padre sentado con un vaso de leche casi vacío entre las manos.
-Joder, papá, ¡qué susto!
-Perdona.
-¿Qué haces a oscuras?
Mi padre se encoge de hombros.
-No me apetecía encender la luz, así no me desvelo.
Sólo quiero comer algo antes de irme a la cama. Abro la nevera y cojo una loncha de jamón y otra de queso, los enrollo y me lo como de pie, dando la espalda a mi padre.
—Te voy a decir una obviedad —comienza a hablar. Maldigo su verborrea y me giro hacia él con la más fingida de mis sonrisas. -Siéntate -me invita.
Le hago caso y me siento a su lado.
—Tu madre y yo llevamos casados más de 20 años. Y juntos ni te cuento.
Hace una pausa.
—Esto quiere decir que soy la persona que más conoce a tu madre, soy la persona que más Angustias lleva dentro. Y eso es porque me lo cuenta todo.
Se me corta un poco la digestión con esa última frase.
—Así es, pequeña. Lo sé. Sé que estás enamorada, o lo has estado, de una chica. Sé que quieres compartir tu vida con una mujer. Ya también sé que estás sufriendo.
—Yo...
—Calla. No hables ahora lo que no me has contado hasta hoy.
Agacho la cabeza hasta casi golpear la mesa con la frente.
—Me lo tenías que haber contado —dice más calmado.
—Joder, papá, lo siento.
—Me lo tenías que haber contado por dos razones -continúa. -La primera es por deferencia. Merezco respeto. Sé que estás más unida a tu madre y te resultaría más sencillo...
Resoplo recordando el momento en que se lo conté.
—O menos complicado —se corrige a sí mismo. —El caso es que yo soy tu padre. Soy la otra mitad de la cual surgiste. Vale que probablemente esta sea la conversación más larga que hayamos tenido en la vida; vale que no coincidamos mucho en casa; vale que soy un cotilla y hubiera hecho muchas preguntas, pero soy tu padre y siempre lo seré. Siempre puedes y debes contarme cosas. Que sea la última vez que me mantienes al margen de esta manera, que me mientes y que me consideres lo suficientemente tonto como para creer que no lo sabía o que no lo entendería.
—Sí, papá.
—La segunda razón por la que me lo tenías que haber dicho es por estrategia.
Doy un respingo.
—Eso es, pequeña. Cuando se lo dijiste a tu madre se puso como una fiera. Si uno de los padres hace de poli malo, el otro hace de bueno. Es un tópico pero es cierto. Cuando un padre le grita a su hijo el otro se apiada y hace de poli bueno, de mediador, de comprensivo, y trata de razonar con su pareja.
—Pensé que tendría a dos polis malos.
—Pues no, Nico. Yo hubiera hecho de poli bueno. Es más, he hecho de poli bueno. Como supondrás, tu madre me lo contó. Lloraba casi todas las noches y mi deber era calmarla, ayudarle y ayudarte. Ayudaros a las dos. Noche tras noche, hablé con ella, le dije que nos costaría, que, efectivamente, habías destrozado nuestros cimientos pero no era para hacer daño, sino para reconstruir unos nuevos a tu manera. Que no es malo, ni vas a ir al infierno. Que la gente hablará pero quien debe importarnos eres tú y no la gente. Que estamos en el siglo XXI, coño, que ya vale de sufrir por cosas así. Que no es ni una maldición, ni una deshonra. Y que no significa que ya no vayamos a ser abuelos.
Mi padre me agarra la mano. Tengo los ojos encharcados y un nudo en la garganta que amenaza con romperse en cualquier momento.
—Nico, pequeña, te queremos. Eres nuestra hija y te deseamos la mayor felicidad del mundo.
Mi garganta se rompe como un dique y el agua sale a borbotones por mis ojos.
Se levanta y me abraza con fuerza para que mi llorera quede silenciada en su pijama. Así mi madre no se despierta. Cuando nos despegamos, me doy cuenta de que le he dejado mojada la parte de la camiseta del corazón, como si mis lágrimas se hubieran quedado atrapadas ahí para siempre.
-¿Por qué no vas al pueblo, con los tíos? -me propone. -Aquí te vas a aburrir. Ya sé que aquello tampoco es la fiesta padre, pero te vendrá bien cambiar de aires, dar paseos, el río, la naturaleza, esas cosas.
Si me lo hubiera dicho hace unas horas, la idea me hubiera horrorizado, pero me encuentro mentalmente agotada y me apetece descansar.
Necesito espacio, tiempo, desconectar, escuchar y ver cosas diferentes. Y pensar. Pensar en mi misma, en si es verdad que mi cabeza se ha vuelto del revés y me está la está jugando.
Incapaz de articular palabra, le digo que sí con la cabeza.


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Comentarios

  1. Creo que me he enamorado del papá de Nico... Naahh. Pff casi lloro, en serio. Yo no le he dicho nada a mis padres, pero siento que mi madre lo sospecha y que ella sería el poli bueno y mi papá el poli malo. Pero cuando paso tiempo con mi papá pienso que sería al revés. Que genial que esta platica, me ha dejado sensible.
    Respecto a Nico, no creo que sea un fantasma, espero que no. Solo que no es tiempo de que conozca a la chica del metro, supongo que llegará en el momento menos esperado, así como suele pasar a veces en la vida real.

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  2. Yo también lloro casi. Jolín.

    Pero bueno. Que la chica del metro existe. Y que a veces a Raúl le daría una torta con la mano abierta. Jum.

    Cuidaico con los pueblos, que los carga el diablo. XD

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    Respuestas
    1. Raúl sólo quiere proteger a Nico y a veces le lleva por donde no es. Veremos en qué queda la cosa ;)

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  3. No es nada fácil describir ese viaje a su verdadero yo de alguien, menos en tan poco espacio. A mí, tras llegar a este punto de la lectura, que me ha resultado aparte de amena, porque combina un tanto de introspección con un mucho de anecdótico, familiar, y es que, da igual la generación de la que seas, hay cosas que no cambian.
    No me extiendo más. Me ha gustado lo que he leído.
    Abrazo!!!!

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  4. En mí caso tuve un solo poli y fue más mediador que "malo o bueno". A mi mamá le dio igual y mi papá fue más el comprender y aceptar a la fuerza ya que no podía hacer nada -así me lo dijo- y con el tiempo, pues supongo que se acostumbró a la idea. Nunca tuve una charla así de "intensa", así que no sé como abría sido la situación con mis viejos... no, no me lo imagino xDu

    Si la tipa del metro no existe me voy a encabronar >(

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