Capítulo 20: Madrid Londres

(¡) Este capítulo contiene trazas de sexo. Manejar con cuidado. Manténgase alejado de los/as niños/as.

Apenas hablo con mis padres y tengo muchas ganas de perderles de vista, aunque sólo sean unos días. 
Durante la cena previa al viaje, mi madre me mira con el desagrado propio del que mira un mono babuino de culo pelado espulgando a otro. Tampoco ayuda que yo mastique la comida como si lo fuera.
Mi padre no para de hablar sobre cosas de su curro. Cree que no le escuchamos y empieza a hablar de fútbol, a insultar a no sé qué entrenador. Sube el tono y habla de ahorcar a algún político. Finalmente, se harta de que le ignoremos y pega un golpe en la mesa del que se arrepiente al instante.
-Bueno, ¿alguien me va a explicar qué pasa aquí? -pregunta con sosiego.
Las dos le miramos como si él fuera el babuino de culo pelado. Me da mucha pena mi padre. Me da pena que nos separáramos en mi adolescencia. No es que me fuera de viaje ni nada por el estilo. Bueno, en sentido figurado sí, porque la adolescencia es un viaje bestial. Me refiero a que apenas veía a mi padre porque se partía los cuernos trabajando y echando horas extra para que yo pudiera estudiar o comprarme ropa o un ordenador o lo que hiciera falta.
Me levanto con toda la serenidad que logro reunir y relajo un poco la tensión de mi cara. Me duele la mandíbula de tanto apretarla.
-Me voy a la cama. Mañana madrugo.
-Nico -me llama mi padre, -¿necesitas que te lleve mañana al aeropuerto?
Usa un tono casi de ruego, el de un padre que quiere ayudar, que quiere recuperar el tiempo perdido con su hija.
-Te pilla trabajando, papá. Pero gracias.
El tic de su ceja me indica que acabo de romperle el corazón.
-A la vuelta mejor, ¿vale?
Mi padre sonríe satisfecho pero se le tuerce el gesto cuando ve la cara de mi madre. Ella sigue mirándome como a un babuino.

Después de sentirme perdida, estúpida y maltratada por una compañía aérea, aterrizo en Londres. Es la primera vez que estoy aquí, pero no tengo el menor interés en visitar la ciudad. Sólo quiero ver a Mamen, besarle y abrazarle y encerrarnos en su habitación a hacer el amor durante todo el fin de semana.
Se abren las puertas de salida y la veo entre la gente. Mis piernas comienzan solas a correr hacia ella. Ella logra verme a mi, sonríe y me saluda con la mano. Le noto algo diferente, pero es igual de bonita que en Madrid. Empujo y doy codazos para hacerme un hueco, como si estuviera en el metro en hora punta. Cuando por fin alcanzo a Mamen descubro qué es lo que le notaba diferente: tiene el pelo con un tono cobrizo, una especie de reflejos o algo así.
Le abrazo y hundo mi nariz en su cuello. También huele diferente. Se me humedecen los ojos al verla delante de mi y apenas han pasado tres semanas desde que nos vimos por última vez.
-Hey, no llores -me dice Mamen con tono dulce y me besa. También sabe diferente, pero quizá sea yo, que ya no me acordaba de cómo eran sus besos.
Asiento mientras me sorbo los mocos.
-Vamos, no tenemos tiempo que perder -apremia mientras me lleva la maleta.

En el taxi veo que no estamos en la misma onda.
-He hecho un planning para que puedas ver todo lo que hay que ver de Londres en dos días. Mira -dice mientras despliega un mapa de la ciudad con diferentes puntos marcados a rotulador. -De rojo están pintados los sitios para el primer día y de azul para el segundo.
Me dan ganas de agarrar el mapa y tirarlo por la ventanilla del taxi.
-Mamen, no he venido a ver la ciudad -le digo.
-Ya, bueno. Yo también tengo ganas de estar contigo y eso, pero necesitarás una coartada para tus padres, algo que enseñarles cuando vuelvas.
Me río y ella me mira desconcertada.
-No te preocupes por mis padres, ¿vale?
Mamen asiente y encoge los hombros al estilo "tú verás".
-Ya hemos llegado. Es aquí.
Ella paga al taxi y se encarga de mi maleta. Entretanto, yo me quedo ensimismada con la luz de Londres. Es diferente a lo que he visto antes. Ni siquiera un día nuboso en España tiene ese tipo de luz grisácea pero con una tenue brillantez.
-¡Vamos! -me grita Mamen desde la puerta de su hotel.
Y yo voy, claro. No veo el momento de tumbarnos en la cama y comenzar a besarle.
-¿Tienes hambre? -me pregunta ya en la habitación.
Le digo que sí y le miro con ojos de loba mientras me acerco lentamente hasta ella.
-No me refiero a eso. Hay un pakistaní aquí abajo que abre todo el día, por si quieres comer algo...
Niego con la cabeza mientras continuo mi avance. Mamen da un par de pasos hacia atrás mientras ríe nerviosa.
Por fin le alcanzo y le toco el pelo.
-Me lo teñí porque pretendía dar otra imagen, por el tema del curro, ¿sabes? Algo más agresivo y adulto a la vez -se justifica.
-Me gusta.
Comienzo a besarle y no tardamos en encendernos. Una idea se me cruza por la cabeza. Estoy en una ciudad extranjera. Siento que puedo ser otra persona, sé que no voy a tener miedo cuando pasee con Mamen de la mano, me emociono ante la idea de despertarme a su lado.
-Mamen.
-Dime -dice sin dejar de besarme.
-Desnúdate.
Se separa de mi y me mira alzando una ceja.
-¿Y tú?
-Yo después, pero primero quiero verte desnuda por completo y abrazarte.
-Está bien -dice Mamen a la que parece divertirle el juego.
Me siento en una butaca mientras ella se desnuda. Me mira con picardía y yo la observo sin disimular mi deseo.
Concluye su show tras quitarse las bragas y me las lanza a la cara.
-¡Tachán! -dice abriendo los brazos.
Me levanto y me acerco a ella despacio. Se me eriza la piel con la idea de tocar la suya. Es inminente, la tengo a un palmo. Logro frenarme y en lugar de abrazarle y sobarle a dos manos paso los dedos por su hombro y los bajo por el brazo. Acaban en la cadera y emprenden el camino de vuelta, pasando por el vientre y los pechos, y tropezando con el pezón.
Mamen está impaciente.
-¿Aun quieres ir a enseñarme la ciudad?
Niega con la cabeza como una niña pequeña.
-Ya me parecía a mi -le digo.
Le abro los labios con el dedo y ella saca la lengua y lame la punta. Su saliva se cuela por los surcos de mis huellas dactilares. Me acerco y meto la lengua en su boca. Y entonces sí le abrazo y le agarro el culo y acaricio fuerte la espalda. La aprisiono contra mi cuerpo, pero ella logra zafarse para quitarme la camisa y desabrocharme los pantalones.

Desnudas las dos nos tumbamos en la cama. No sé por qué. No sé por qué no le hago el amor en ese instante. Mis dedos echan de menos su coño, pero a mi cabeza le apetece jugar y retrasar ese momento un poco más.
-Túmbate boca abajo -le ordeno.
Mamen está muy caliente, pero se deja hacer. Me deshago la coleta y me suelto el pelo. En un movimiento digno de un heavy, lo vuelco todo hacia adelante y comienzo a acariciar la espalda de Mamen con mi melena.
-Joder, Nico. Me encanta. Podría correrme ahora mismo.
Sigo subiendo y bajando la melena a lo largo de toda su espalda. Cuando me topo con el culo lo beso, lo muerdo o lo lamo, dependiendo de la intensidad del gemido de Mamen.
-Ahora, por delante -me dice dándose la vuelta.
Acepto el reto, pero cuando bajo no me encuentro el culo sino su coño.
La primera bajada, soplo en los pelillos.
En la segunda, soplo un poco más adentro.
En la tercera, me atrevo a besarle los labios.
En la cuarta, me quedo ahí abajo, dispuesta a comer un coño por primera vez en mi vida.
Creo que Mamen está tan perra que cualquier cosa que le haga le sabrá bueno, pero tampoco quiero jugármela así que voy despacio y suave.
Juego con los dedos y con la lengua, descubriendo nuevos sabores y tactos. Los gemidos de Mamen me dicen que no lo hago mal del todo así que subo la intensidad, trato de localizar el clítoris y hago cambios de ritmo y de movimientos para encontrar el punto de locura de Mamen. Cuando lo encuentro, me concentro en él y en la respiración de Mamen.
-Dios... -acierta a decir entre jadeos.
Por fin, se derrite de gusto en mi boca y las dos acabamos exhaustas sobre la cama deshecha, yo abrazada a su cadera y ella tratando de recuperar la respiración.
Permanecemos un rato largo así hasta que al final caemos dormidas.

A la mañana siguiente, me lleva unos segundos ubicarme. Los que tardo en ver la cara de Mamen. Duerme plácidamente. Es Blancanieves antes de que lleguen los enanitos y le pongan a fregar.
La luz grisácea pero brillante de Londres que entra por la ventana de la habitación hace virguerías en su piel. Las mismas que va a hacer ella en mi cabeza durante el día de hoy.

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