Capítulo 17: El espíritu de la ouija


Los días sin Mamen son eternos. Su ausencia me hace darme cuenta de algunas cosas. Por ejemplo, que, salvo Raúl, ya no tengo más amigos. Fui perdiendo algunos en el paso del Instituto a la Universidad. Desde que salgo con Mamen, mis amigas son las suyas: Ali, Laura y Ana. Y sin Mamen, no me apetece salir con ellas y menos comerme sus historias. Mamen las sigue como una espectadora que participa a veces en el desarrollo del guión, pero a mi me aburren. Veo claro que Ali es la mujer tormento de Laura y Laura la de Ana y sé que todas serían más felices si Ali y Laura lo dejaran y Ana y Laura estuvieran juntas. Veo tan claro el final de la película que he desconectado con el primer giro de guión.
Lo vi durante la despedida de Mamen, que fue una decepción. Esperaba estar a solas con ella y cuando llegué a su casa, me encontré con una pseudo fiesta de despedida en la que Mamen estaba más pendiente de ser una buena anfitriona que de mi. Al principio, me puse celosa, pero luego caí en la cuenta de mi actitud infantil y lo dejé pasar. Al fin y al cabo, sólo van a ser dos semanas.

Ahora tengo una relación a distancia, lo cual es, básicamente, una mierda. Es como si saliera con un fantasma al que tengo que invocar con la ouija. La ouija, en nuestro caso, es el móvil. Llevo todo el día invocando al espíritu pero no hay manera de que se presente.
Antes de salir, lo intento una vez más.
-¿Estás ahí?
Tarda unos minutos en contestar.
-Estoy :) Perdona, llevo todo el día de culo. ¡Estos ingleses lo hacen todo del revés! -se disculpa.
-No pasa nada.
-¿Qué haces?
-Iba a salir con Raúl.
Hay un momento de silencio. Entiéndase silencio por esos segundos en que ambas estamos "en línea" pero ninguna escribe.
-¿Por la zona gay?
-Sí -respondo.
De nuevo, el silencio virtual.
-No me gusta que salgas por esa zona sin mi.
Consciente de que la frase ha sonado un poco mal, corrige:
-Es que van a ir todas a por ti :*
Me río. Mamen celosa. Pensaba que eso sólo le pasaba a las pringadas novatas como yo.
-Voy con Raúl así que supongo que iremos a algún sitio de tíos. No te preocupes.
Como en noches anteriores, Mamen se despide diciéndome que está muerta, que no para de currar y que se va a meter en la cama hasta el día siguiente.
"Te echo de menos", le escribo, pero se queda colgando en el aire porque ella ya ha apagado el móvil.
Lo que decía: un fantasma.



Resulta que Mamen tenía razón: en Chueca van a por mi. Nada más entrar en un bar se me acerca una chica bastante masculina.
-Tú eres la chica de Mamen, ¿no?
Respondo que sí y ella me invita a tomar algo. No sabría decir si está tratando de ligar conmigo o si sólo quiere ser amable porque no llego a interpretar su tono. Rechazo su invitación y ella se marcha, aunque sigue sin quitarme ojo. Raúl y yo le bautizamos como la bulldog porque nos sigue allá donde vamos.

No me considero una chica guapa, pero tampoco soy un monstruo y si me arreglo un poco, como esta noche, puedo tener cierto atractivo. Tengo unas pestañas largas que apenas necesitan rimel y sé que llaman la atención. Más allá de eso, el resto es normalito. Cuento esto porque no entiendo a qué viene tanto interés hacia mi persona esta noche. Media docena de chicas tratan de hacer miraditas conmigo y un par me invitan a tomar algo (además de la bulldog, claro).
-No te alarmes, eres el bocado prohibido -me informa Raúl.
-¿El qué?
Raúl se explica ante mi cara de perplejidad.
-Sí, tía, cuando estás con alguien, tienes más pretendientes.
-¿Por qué? ¿No debería ser al revés? Si estoy con alguien es que ya no me interesa nadie más.
Raúl suelta una carcajada.
-Dios, Nico, eres muy ingenua -me dice. -Cuando estás con alguien te conviertes automáticamente en objeto de deseo porque, ya sabes, algo bueno tendrás para que Mamen esté contigo. Y quieren saber qué es.
-O sea, que no crees que sea porque les resulte atractiva sino por causas ajenas a mi.
Raúl se escaquea de la respuesta y entramos a un bar de gays. En la entrada no nos ponen tantas trabas como cuando él fue a acompañarme a una discoteca de lesbianas, pero lo hubiera agradecido. Nada más entrar, una bofetada de calor nos da en la cara. Si hubiera entrado con una cámara termográfica hubiera explotado. Los tíos van o con camiseta de tirantes o, directamente, sin camiseta. Se machacan a diario en el gimnasio y aquí lucen los resultados. Por lo general, son resultados excelentes, de revista, pero me alarma tanto músculo, tanta devoción por la imagen.
-No te alarmes -comienza a explicarme Raúl. -El cuerpo no es sólo el cuerpo, también es una manera de comunicarnos entre nosotros. Sólo que el idioma de esa comunicación puede ser diferente entre unos y otras.
-Ya...
-Estás en Chueca. No prejuzgues.
Aprendo la lección pero eso no hace que me parezca más divertido. Raúl, sin embargo, está en su salsa y se mueve como pez en el agua por la discoteca, hablando sin parar con la gente, y con una pluma muy exagerada que esconde cuando está en la facultad. Acabo perdiéndole la pista y me siento fuera de lugar.
-¡Raúl! -le llamo desde la distancia. -¡Me voy a casa!
Él trata de llegar hasta mi, pero es imposible porque la discoteca está hasta la bandera. Me dice con gestos que espere, que me quiere acompañar.
-No hace falta. Me voy en taxi -le digo.
-Vale, pero escríbeme cuando llegues.
Se queda triste. Siente que me tiene que proteger en este mundo de hombres. Aunque sean hombres gay.
Supongo que se habrá quedado más tranquilo cuando le he dicho lo del taxi, pero le he mentido y voy andando hasta mi casa. Así, los remordimientos quedan para mi y no para él. Me apetece despejarme con un paseo, aunque sea algo largo.

No tardo en darme cuenta de que ha sido una mala decisión. No sólo hace un poco de frío sino que oigo unas pisadas detrás de mi, cada vez más cerca. Acelero el paso, y las pisadas también son cada vez más cortas y rápidas.
-Eh, guapa, ¿quieres divertirte? -oigo que me dice una voz de hombre cascada por el alcohol y el tabaco.
Sigo mi camino sin mirar atrás, andando cada vez más rápido, como una corredora de marcha. Lo bueno es que cuanto más rápido voy, menos queda para llegar a casa. Lo malo, que el tipo tampoco desiste.
Miro de vez en cuando a la calle, a ver si pasa algún taxi que pueda parar y sacarme de aquí, pero ya estoy lejos del centro y no se ve ni un alma.
El hombre está tan cerca que le oigo respirar ahogadamente. Le cuesta cada vez más, pero es un tigre y yo soy su cena y no me va a dejar escapar en mitad de esta sabana urbana.
Me giro para ver por dónde va y me lo encuentro a escasos dos palmos de mi cara. Grito, lee insulto, le digo que se largue, que me deje en paz, que se la casque sólo y sigo corriendo. Entonces, oigo cómo cae y cuando vuelvo a girarme le veo tumbado en el suelo, con la boca sangrando y un poco aturdido.
-¡Vamos, corre! -me dice la bulldog.
Dejamos al hombre tendido que escupe sangre e insultos. Después de recorrer un par de calles, bajamos el ritmo y tratamos de recuperar la respiración.
-Gracias -le digo con la voz entrecortada.
-De nada -responde como si hiciera esto todos los días. -¿Queda muy lejos tu casa?
-No, en la siguiente esquina y luego a la izquierda.
-Vale.
Caminamos sin decir nada, sin apenas mirarnos a la cara, pero una pregunta me ronda en la cabeza y no quiero despedirme sin soltarla.
-¿Te ha mandado Mamen?
La bulldog se ríe con cierta flojera y asiente.
-Ahora, te vuelves en taxi, eh. Te lo pago yo. No quiero que por salvarme a mi, te pase algo a ti -le digo cuando estamos en la puerta de mi casa.
-No te preocupes. No tendré los mismos problemas que tú. ¿Me has visto bien? -dice abriendo los brazos.
Le veo bien: es corpulenta y tiene buena planta. Viste y se mueve de manera masculina. No tiene mucho pecho que le pueda delatar y tiene algo de pelusilla en las patillas y el cuello que se toca de vez en cuando.
La bulldog espera a que me haya metido en el portal y desde dentro le veo que emprende la marcha con las manos en los bolsillos y unos andares de los que John Wyane estaría orgulloso.

Cuando saco el móvil para escribir a Raúl, veo un mensaje de Mamen. No creo en las casualidades. Estoy segura de que mi escolta le ha escrito diciendo que ha cumplido la misión. El mensaje pone: "Yo también te echo de menos. A ti y al Cola-Cao". Se me escapa una sonrisa que se me borra casi al instante al recordar la cara del tipo que me ha perseguido.
La ironía es que Mamen me puso una espía para evitar que ligara con otras y al final resultó que me salvó de una buena.
Ahora no sé si enfadarme o alegrarme.

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Comentarios

  1. Todavía estoy asimilando que hayas citado mi exposición de la teoría del bocado prohibido. Osea, muy fuerte. Esto está adquiriendo ya nivel. Jajajaja.

    Por lo demás... la escenita con el tío perseguidor me suena tanto como si la hubiese vivido. Oh... wait. Además, cuando la chica es o creen que puede ser lesbiana, es como si desbloquease un logro especial... :/

    En fin, a ver qué pasa la semana que viene :P

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    Respuestas
    1. ¡Hola, Bettie!

      Vas creando escuela. A mi me gusta saber que lo que escribo en el blog no cae en saco roto y a la gente le aporte algo. Es un pequeño homenaje a tu blog y tus reflexiones, para que veas que impactan más allá de los bits de tu sitio. Me alegro de que te haya gustado el guiño ;)

      Lo del tío perseguidor nos ha pasado a (casi) todas, como si fuera un rito de iniciación al mundo sexual tremendamente cruel :(

      Nos leemos!

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